Erase una vez una araña que tejió una fina red para atrapar a un moscardón que revoloteaba por los alrededores haciendo gala de su destreza y habilidades de buen volador.
Como la araña era muy caprichosa, tejía y tejía a toda prisa, pues la presa le llamaba poderosamente la atención y cuando se proponía una captura se dedicaba a ello con todo su empeño. Día y noche se movía por los hilos con afán, subía, bajaba, giraba una y mil veces en una extraña danza hasta que consiguió llamar la atención del moscardón.
Era graciosa moviéndose de esa forma, él no había visto nunca nada igual y poco a poco se fue acercando a su trama… Ahora le correspondía con una pirueta graciosa, ella se afanaba en un juego bien aprendido y le devolvía cada una de sus gracias con unos cuantos pasos de bailarina diestra.
Una vez a punto estuvo de espantarle al enseñarle, por descuido, los afilados quilíferos pero el pobre bicho estaba ya un tanto hipnotizado y se dejó caer en la mullida trampa. ¡Quería seguir jugando a ese juego nuevo y tan atrayente! Ella no lo iba a devorar, sólo quería divertirse con él, para almorzar ya tenía otro moscardón en la despensa.
Jugaron durante días y meses sin descanso y fueron, a su manera, felices en su trampa-nido. De nada sirvieron las súplicas de familiares y amigos al verle atrapado en la pegajosa red de la araña. Decía que ya el juego le aburría sobremanera, que podía dejarlo cuando quisiera y cada vez volvía a sucumbir entre las patas de su captora.
Tanto y tanto se enredaron que cuando de verdad quiso salir la trama se había hecho tan densa que les envolvió para siempre.
Moraleja: lo que empieza como juego puede terminar en duelo.
Gloria
1 comentario:
Un relato breve, delicioso de leer. Me encanta la moraleja. La ilustración está bellísima. Felicitaciones.
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