JOSEP MARIA Espinàs
Aún no he podido ver el programa A pagès que han estrenado en el Canal 33. No es un programa genérico sobre el mundo rural, sino una visión actual del papel que tienen las mujeres que viven y trabajan en el campo. La iniciativa me parece muy interesante.
Urbanita como soy, siempre he sentido una gran admiración por la mujer payesa. Por las mujeres de antes y las de ahora. Su función no ha sido nunca justamente valorada. Yo he conocido a alguna mujer payesa de un temple y una capacidad increíbles. La mujer de campo no ha cesado de trabajar. Cuando no existían los recursos actuales, cuando no se había mecanizado o modernizado el trabajo, es evidente que los hombres del campo tenían un trabajo duro. Segar y trillar era pesado. Sembrar, cavar. Pero tampoco era, entonces, un trabajo exclusivo de los hombres.
Cuando anduve por Castilla, una mujer me contó que había ido a segar con los hombres del pueblo. Horas seguidas. Había tenido seis hijos y "los eché fuera, para que tuvieran mejor vida que yo". En Madrid, en Barcelona, en Valencia. "La mierda que llevábamos...". Su marido me dice, sarcástico: "Y ahora, todo eso de las horcas, las hoces... Lo ponen como decoración. Si hubieran trabajado con esto, lo habrían quemado".
Ahora hablaré de hace pocos años. En una pequeña aldea de Galicia, una chica me permitió que la acompañara cuando llevaba seis vacas a pacer. Me contó que su madre había muerto, que su padre no estaba y que tenía un hermano, pero instalado en un pueblo mayor. La chica se ocupaba de todo, de las vacas y de la casa.
Las mujeres rurales han limpiado, cocinado, han llevado la comida al hombre que trabajaba en el campo, han cuidado a los hijos y a la abuela viejecita, se han ocupado del huerto y de las aves. Y han administrado la economía de la casa.
He conocido alguna de esas mujeres fuertes. Que ven, a menudo, cómo los hijos que habían criado se van lejos de la casa de campo, o del pueblo, a ganarse la vida más cómodamente. Ahora hay algunas mujeres jóvenes que quieren seguir en el campo, y chicas que llegan, dispuestas a sacar provecho de los nuevos recursos agrícolas y ganaderos.
Quizá las cosas cambiarán. Porque, tradicionalmente, cuando moría el hombre, se pasaban muchos apuros. Pero la muerte de la mujer suponía, casi siempre, el hundimiento de la casa. La mujer la había mantenido y el hombre se sentía perdido.
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