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martes, 23 de septiembre de 2008

SER O NO SER

A qué se debe este afán desigual por gustar a los demás?


Se han empleado argumentos de tipo social para explicarlo. El rol femenino tradicional exigiría a la mujer estar permanentemente dispuesta para atraer a un hombre y casarse. En ese contexto, en dos mujeres de belleza semejante una sólo tendría ventaja sobre la otra resaltando más los aspectos positivos de su físico y disimulando las pequeñas imperfecciones que podrían empañarlo. De alguna forma, la sociedad patriarcal forzaría a las mujeres a sentirse artificialmente preocupadas por las imperfecciones haciéndoles creer que en caso contrario tendrían poco quehacer con los hombres. Porque aunque una mujer diga que se arregla para ella misma, no nos engañemos. En el fondo se encuentra la necesidad de arreglarse para sentirse atractiva. Pero sentirse atractiva significa sentirse con capacidad de atraer. ¿Atraer a quién? A otras mujeres, vale, y es cierto. Pero ¿a los hombres no?

Somos demasiado proclives a emplear argumentos sociológicos para explicar los comportamientos humanos. Lo hacemos así porque con frecuencia olvidamos nuestro inmediato pasado; nuestra época prehomínida; cuando nuestro antepasado común apenas se diferenciaba de su hermano chimpancé.

En ese pasado prehomínido está la clave de la conducta diferenciada entre hombres y mujeres en esa radical necesidad de gustar a los demás y de temer que las imperfecciones nos alejen de los demás. Temor fundamentalmente enraizado entre las mujeres.<><>Probablemente existan comportamientos comunes entre humanos y chimpancés que ambos hayan aprendido del mismo ancestro común. Por eso, observar a nuestros primos quizás nos sirva para obtener claves sobre algunos comportamientos humanos. Y uno de ellos es esa necesidad femenina de gustar a toda costa.

Entre los chimpancés pigmeos o bonobos, algunas de cuyas conductas son tremendamente similares a las nuestras, los machos suelen pasar toda su vida en el grupo social donde nacieron. Pueden ascender en el mismo a lo largo de la vida, permanecer siempre en el mismo estatus o descender. Pero pasan toda su vida en su grupo de origen. No sucede lo mismo con las hembras. Éstas, cuando les llega la edad de aparearse, se van de su grupo y se integran en otro diferente. Probablemente esto suceda para evitar ser fecundadas por un macho que bien podría ser su padre o su hermano.

Sin embargo, el proceso de integración de las hembras bonobos en ese otro grupo social no es fácil. Tienen que gustar. Tienen que ser aceptadas por los líderes de ese nuevo grupo. Y tales líderes no son machos, como sucede con otros simios; entre los bonobos las dominantes son un pequeño grupo de hembras adultas. Sólo cuando ellas aceptan a la nueva, ésta tiene permiso para buscar apareamiento con los machos de la nueva agrupación. Y para gustar a esas hembras tiene que dedicarse durante un buen tiempo a acicalarlas, despiojarlas y a hacerles favores sexuales. Es decir, que tienen que desarrollar una actividad muy activa para pasar el filtro de las hembras dominantes y ser aceptada, después, por las que no lo son y por los machos.

Esa es la base atávica, incrustada en nuestros genes, que “obliga” a las mujeres a preocuparse por los mínimos detalles que puedan alterar la completa aceptación de los demás. Y la que hace que los hombres sean indiferentes a tales pormenores.

Datos extraídos del libro “Un encuentro con el placer. La masturbación femenina”. Jesús Ramos. Espasa-Calpe. Madrid. 2002

Jesús Ramos. Psiquiatría-Sexología

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