Se ha venido hablando en los últimos años de los llamados jueces estrella. Como toda definición periodística, intentaba destacar una excepción. A saber: que los jueces eran anónimos, pero que algunos jueces habían aceptado las pompas de la fama. Un juez estrella no brilla por sus sentencias, sino por su movimiento. Se da por supuesto que un juez estrella español ha de ser un profesional de la justicia que ni siquiera duerme. Así al menos quiso definirse el juez Garzón en una biografía autorizada de Pilar Urbano: El hombre que veía amanecer. Lo importante no eran sus actos, sino su acción. Lo cual, en el mundo judicial, es una excepción.
Ayer tuve ocasión de conocer a distancia a otro juez estrella. También él es el protagonista de una decisión excepcional. Se trata del magistrado argentino Gustavo Antoun, que ejerce en la audiencia estatal de la provincia de Chubut, en la Patagonia. El juez Antoun fue el encargado de instruir una reclamación de la madre de un menor que había sufrido una lesión mientras participaba en un acto organizado por el Estado. Tres años después, Gustavo Antoun advirtió en sus conclusiones que la instrucción no había sido la correcta. Lo excepcional es que el propio juez se ha condenado a sí mismo a la indemnización y a las costas que la reclamante habría obtenido de haberse hecho las cosas bien.
Hace unos días, en este mismo periódico, Félix de Azúa destacaba el mal funcionamiento de la educación y de la justicia. Dejemos la educación y vayamos a la justicia. A menudo hay motivos para pensar que hemos otorgado a los jueces un poder que no todos se merecen. A menudo nos da la sensación de que la siempre denostada policía invierte en la resolución de los conflictos mucho más esfuerzo y sacrificio que muchos jueces instalados en la desidia, cuando no en la negligencia. Los controles internos de la eficacia judicial no suelen ser muy visibles. El aroma de corporativismo impregna las audiencias y provoca en los ciudadanos una amarga sensación de incomprensión, cuando no de pura y simple indefensión. Hay jueces estrella y hay jueces realmente buenos. Pero la imagen de la judicatura no está a la altura de tanto pleito.
Joan Barril
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