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martes, 9 de septiembre de 2008

INSTINTO DE POSESIÓN

Es cuanto menos, curiosa esa apremiante necesidad que sentimos los seres humanos de ser propietarios, puede que sea un reflejo de las clases medias para distanciarse de los proletarios pero el instinto de posesión ha arraigado profundamente entre nosotros. En este país todo el mundo suspira por tener un piso en propiedad, un chalet en propiedad, un coche en propiedad.
Y no es una cuestión económica, casi nadie hacemos un estudio concienzudo de nuestras necesidades presentes y futuras para dilucidar si nos es más rentable la hipoteca que el alquiler, el hotel que el chalet, pagar un coche y un parking o alquilarlo cuando haga falta.
A veces disfrazamos este deseo irrefrenable, y le llamamos inversión, garantía de futuro… pero no nos engañemos, solo los especuladores sacan tajada del ladrillo, el resto de los mortales compramos en el ciclo alto, y vendemos en el reflujo, con lo que las supuestas ganancias ua vez descontada la inflación se quedan en pura anécdota.
Una pareja de clase media en la que ambos trabajen, adquieren una segunda residencia a 70km de casa y automáticamente se convierten en esclavos de la casita. Hay que limpiar cada vez que se llega, regar el jardincito hacer la comida… y pagar la hipoteca, mientras los hijos son pequeños, no hay problema, pero a partir de la adolescencia cada vez es mas difícil llevarlos a ese “remanso de paz y tranquilidad” donde se aburren soberanamente, eso sí, cuando sean padres, te llenaran la torre con los nietecitos, para que les hagas la cama y la comida mientras ellos se espatarran en la tumbona del jardín.
Personalmente no llego ni a proletario, mi prole tiempo ha que me emancipó. La casa donde habito es de mis padres, el coche, de la empresa y los fines de semana que puedo, y las vacaciones, me voy a un hotel tranquilo donde me tratan a cuerpo de rey. Seguramente para muchos soy poco menos que un paria, un “sin techo”, pero os aseguro que vivo como un rajá.

JUANMAROMO

1 comentario:

  1. Admiro tus palabras. He tardado 42 años en comprender ese trasfondo pero qué delicia del saborearlo, hoy.
    Gracias por tu escrito.

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