Eran tiempos de certidumbre, las ideas claras, los colores definidos, los amores eternos. Todo era tremendamente sencillo, la vida era una copa para apurarla hasta las heces, la muerte una palabra que rimaba con suerte. La vida brotaba a borbotones y las noches solo eran días jugando al escondite. Vivir era un juego en el que teníamos póker de ases y sin límite en la apuesta. Un amigo era la continuación de uno mismo, una mujer, la palabra sagrada que pronunciábamos entre susurros como temiendo despertar su cólera. Tiempos de luz de medio día, sin matices, sin sombras, sin ocasos.
La boca llena de frases hechas, y el corazón cuajado de certezas, nuestros dioses dejaron el Olimpo y se hicieron de carne y sangre, héroes sin dobleces ni facetas que vivían y morían vidas heroicamente cortas. La música era nuestra palabra, la banda sonora de nuestra vida, cada día, cada recuerdo, llevaba asociado una canción, un poema.
El acelerador a fondo, los ojos llenos de horizonte y el alma con el turbo al rojo, lo imposible estaba al alcance de la mano y lo inmutable se esfumaba ante nuestros embates como la niebla ante la aurora.
Han pasado decenios ¿quizás siglos?, y los colores cobraron matices, y los amores perfiles, la copa de la vida a veces sabe amarga y la muerte es una vecina con la que nos cruzamos a menudo. La noches a veces son eternas y en el póker vamos de farol y echando el resto. Los amigos y los dioses, descansan en la misma tumba y la mujer sigue siendo el secreto mejor guardado. El atardecer de la vida, nos enseña, que el mar puede se azul intenso o verde esmeralda y que el cielo nublado puede ser tan hermoso como a pleno sol. La música sigue sonando en nuestros corazones y la poesía se vierte en nuestras almas como un bálsamo contra el dolor y la incertidumbre. Ya no corremos detrás de la utopía, pero hemos aprendido a seguirla de lejos. El horizonte ya no es una meta, si no un destino, y la vida dejó de ser una prueba de fondo, para convertirse en un delicioso paseo. Ya nos aburre la autopista, preferimos los caminos rurales por donde perdernos, sin miedo a no saber por donde regresar.
JUANMAROMO
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