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lunes, 11 de agosto de 2008
El Parte
Las últimas mil trescientas siete cenas que habían compartido juntos, siempre habían seguido el mismo guión: Marta en la cocina, Pedro poniendo la mesa. La televisión encendida, como música de fondo. Marta no recordaba ni una noche sin aquel sonido. De hecho, casi ni recordaba como era la voz de su marido, siempre tan callado. Nada hacia presagiar que aquello cambiaría. No tuvieron hijos que los sacaran de la rutina. No hubo madres ni padres mayores que atender, ambos llegaron al matrimonio huérfanos. Nunca, tampoco, habían cenado fuera de casa, si acaso salían a comer o, sí era cumpleaños de alguno, iban al merendero, pero a las nueve -como muy tarde- volvían a casa, puntuales a ver el parte. Salvo lo sábados, que al irse a la cama, se daban tres besos. Así pues, aquella noche de martes, era como otra cualquiera.
Pedro se sentó a esperar su plato. Entonces, Marta apareció delante de él, pero no traía las viandas en la mano, sino un alegre picardía rojo. El pelo suelto y una mirada de leona que cegó al miope de su marido. Con la punta de su delicado pie, Marta tocó la entrepierna de Pedro, quién, sorprendido, no acertaba ni a hablar, ni a moverse, ni a respirar. Ella se contoneaba, moviendo las caderas y rozando con su boca, la boca de él. Le cogió la mano y le chupó cada uno de sus dedos, erótica a más no poder. Los ojos de Pedro se abrieron enormes y ella aprovechó que también abrió la boca, para meter uno de sus pechos en espera de su lengua. Pedro se estremeció. Entonces, con decisión, fue a bajar la cremallera: su marido tenía listo lo que ella tanto necesitaba. Se montó en él. Cabalgó hasta el éxtasis. Él, inmóvil, la dejó hacer. Una vez terminaba la faena, Marta, desconcertada por la actitud de su marido, se despegó de él, que no se había movido ni un ápice.
Se fue a la habitación, se puso el vestido que tenía preparado para el domingo. Apagó la luz de la cocina. Apagó el televisor. Cerró la cremallera de su marido. Cerró los ojos de Pedro y llamó a urgencias. Marta se sentó a esperar, mientras se juró a si misma que, nunca más, cenaría con la televisión encendida.
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