JOAN BARRIL (El Periódico de Catalunya)
Yo no sé muchas cosas, es verdad. Y menos de economía, que es esta actividad humana que a veces se nos vuelve inhumana. Pero me acuerdo de algunas cosas. Y son cosas que no acaban de gustarme.
Me cuentan, por ejemplo, que la actual crisis económica se gestó por una imprudente actividad hipotecaria de ciertos bancos norteamericanos. Si el miedo es libre, el miedo del dinero es enormemente veloz.
Me cuentan también que ese miedo cruzó rápidamente el Atlántico y habitó entre nosotros. Fue entonces, a partir del miedo, cuando la burbuja inmobiliaria se empezó a desinflar, y las grúas, ese magnífico tótem de una euforia económica sobredimensionada, empezaron a desmontarse.
Me decían los bancarios y los notarios que en el último trimestre del año pasado las hipotecas fueron meramente hipotéticas. La gente iba a su oficina, preguntaba precios, aportaba papeles, exhibía garantías, pero la hipoteca no se acababa de firmar.
Meses después, el miedo había llegado a los productores de petróleo y el acto de poner carburante en los vehículos empezó a ser doloroso para los profesionales de tierra, mar y aire. Teniendo en cuenta que las hortalizas no saben ir por su propio pie hasta los mercados, todo empezó a subir y alguien dijo: se acabó el tiempo de la alimentación barata. El miedo se había demostrado como la más eficaz operación biquini.
Ante la evidencia de una crisis que venía de lejos, los bancos centrales decidieron subir los tipos de interés. Era más necesario pagar la hipoteca que comprar un kilo de limones, de esos que han subido el 65% en lo que va de año. El limón nos lleva a la mueca, pero la hipoteca nos desfigura la cara.
Los gobiernos hicieron ver que no veían. Empezó a hablarse de la repatriación de los inmigrantes porque hay algún ministro socialdemócrata que considera que un inmigrante no es un ser humano, sino un mero sujeto de usar y tirar. En los balcones florecieron carteles de En venta, pero los bancos cambiaron de producto y, en vez de ayudar a cubrir la crisis, se dedicaron a ofrecernos fondos de pensiones. El ladrillo dejó de ser una piedra preciosa.
Cuando las oficinas bancarias se convirtieron en meras gestoras de recibos domiciliados, las direcciones de esas empresas financieras decidieron cerrar el grifo. Ni un euro más a nadie. La banca es esa institución que da dinero al que no lo necesita y que lo niega al que le urge.
Finalmente salieron los presidentes de los grandes bancos a anunciar sin ningún tipo de reparo que en los primeros meses de la crisis habían aumentado sus beneficios, que es a lo que aspira cualquier accionista. El Gobierno continuaba mirando hacia otro lado, porque no hay Gobierno que mire amenazadoramente a los banqueros. ¿O acaso no son los banqueros los que subvencionan las campañas electorales?
O sea, una crisis que surge de la mala gestión bancaria acaba favoreciendo a la banca. Se pierden casas, empleos, esperanzas. Se niegan cré- ditos, se purga a la sociedad, se rompen las huchas del ahorro. En nin- gún momento la banca hace el mí- nimo gesto moral de aflojar la defensa de sus depósitos y de contribuir al sostenimiento de la sociedad que les da sentido. Ese es el problema: una banca que solo sabe jugar a las maduras pero nunca a las duras.
Menos mal que se gana la Eurocopa y que Luis Aragonés firma el manifiesto en defensa de la atacadísima lengua española. Los goles de España nos salvan de la angustia.
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