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miércoles, 30 de julio de 2008

ALEGORIA

Empieza el trayecto allí donde todo termina, allí donde no hay nada más. Nunca avisa, simplemente se percibe el tenue silbido del temblor de lo raíles metálicos antes de hacer su aparición. La estación, un edificio construido con penurias, nostalgias y desengaños amorosos es prácticamente imposible de hallar. Las vigas de una niebla espesa soportan la diáfana estructura del dolor. Funciona con ilusiones que incinera en una caldera de negro y prístino metal. Cuando no hay apenas ilusiones en sus pasajeros atormentados absorbe el poco aliento de vida que les queda antes de hacer su lúgubre aparición. Se lo lleva todo, que se reduce en el equipaje que solo contiene existencia, legado y recuerdo. Su heraldo es un rayo de falsa y delicada vitalidad que aflora antes del soporífero final. De la combustión se libera un espeso recuerdo que dura lo mismo que la memoria muerta a la que pertenece la belleza. Una llovizna de intangibles recuerdos felices hace mas fácil la espera en la estación, pues la sensación de soledad ponzoñosa y corrosiva es la única compañía de los la esperan.

El trayecto no lleva a ninguna parte y no termina porque empieza por el final y la liberación que representa es una ficción añil enmarañada con la sangre de aquellos que pensamos que nos quieren. La maquinista de la infinita travesía, llamémosla eternidad, es siempre fiel a un horario marcado por el final de un libro áspero, rugoso y tormentoso encuadernado con la monotonía de los irrisorios quehaceres diarios.

En realidad simplemente nos limitamos a esperarla, solos, pues nadie mas hay en la estación ni en el interior de la maquina cuyos engranajes traquetean, vibran y hierven sin hacer ningún ruido. Y el único sonido que si se escucha atentamente se puede apreciar es la perfecta y hermosa armonía de una sonata en re menor, producto de la combustión de las vanas ilusiones que acompañan al dolor de la soledad.alegoria


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