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lunes, 2 de junio de 2008

LA VIDA ES BELLA

El tenía cuarenta y pocos años y ella unos veintitantos. Ella era rubia y eslava y él abogado y triste. Él estaba divorciado y solo, y ella era hermosa y puta.
La había conocido una tarde, cuando tras cerrar un trato, fueron a celebrarlo a un club de alterne de alto standing y la encontró tan bella, que decidió contratar sus servicios. Fue como un flechazo directo al corazón y la mente. Perdió la noción del tiempo mientras acariciaba aquella piel tan blanca, su sexo prominente y lampiño y dejaba que su lenguaje enrevesado entrara por sus oídos. Descubrió sus curvas, sus rincones ocultos, su olor y más que hacerla suya, sin darse cuenta se hizo de ella a partir de ese momento, en que no dejó de pensar en volver a encontrarla.

Una semana después, cuando regresó a buscarla ya no estaba. La habían trasladado a otro local como suelen hacer con las prostitutas y tras averiguar y pagar la información se dirigió a verla. Otra vez contrató una hora de su tiempo, volvió a apretarla entre sus brazos y después del sexo le contó besándola que había venido sólo por tenerla y ella sonrió agradecida.
Dos semanas más tarde el corazón y el sexo le insistieron en buscarla. Como la vez anterior, ya había sido trasladada y como en esa ocasión pagó la información, pero en esta tuvo que ir más lejos a encontrarla, sólo que entonces, ella lo reconoció y su encuentro fue amistoso y con complicidad. Como dos amantes que se reencuentran se acariciaron y se entregaron sus cuerpos y después de hacer el amor siguieron hablando hasta que concluyó el tiempo. El le pidió buscar una forma de saber donde la encontraría la próxima vez y ella quedó en que le avisaría por teléfono o le dejaría recado con el barman de cada sitio por el que pasara y él le prometió buscarla donde estuviera.


Durante los siguientes dieciséis meses peregrinó por locales de alterne y puticlubs de la provincia para verla y luego por las limítrofes, siempre a su encuentro, que en cada ocasión era más ansiado y más costoso y así fue conociendo locales progresivamente de menor nivel y más lejanos, que lo llevaron hasta el país vecino, conduciendo en ocasiones durante horas para compartir un tiempo juntos.

Cada vez la necesitaba más y le era más difícil separarse de ella, y cada día que pasaba agregaba a su triste cuenta al menos otros tres desconocidos que la habían tenido entre sus brazos y sufría al pensarlo.
El tiempo que estaban juntos era un instante y el que estaban separados una eternidad, pero sabía que ya no podían prescindir uno del otro. Las citas pagadas se convirtieron en encuentros de enamorados en que él le llevaba flores o regalos y ella le contaba de sus esperanzas y problemas y ambos se dieron cuenta de que lo que sentían era amor.

Un día en que se encontraron, a muchos kilómetros del sitio en que se conocieron, ella llorando le habló de la deuda creciente e impagable y él descubrió en su cuerpo huellas de una paliza. Angustiado, trató de convencerla de huir, pero esta posibilidad sin documentos y en un país extraño, era poco menos que imposible y ya habían fracasado otras en el intento con las consiguientes consecuencias. Entonces, en un recurso desesperado, se fue a su ciudad, vendió la casita de campo que tanto le gustaba, pidió un préstamo y regresó a buscarla un tiempo después.
Se hizo pasar por tratante de putas y cuando supo quien era su chulo le propuso comprarla. Este la llamó delante de ellos y le sobó las nalgas en público mientras alababa sus cualidades y le aseguraba lo pronto que recuperaría su inversión si sabía hacerla trabajar. Exigió el pago de su deuda inacabable y, como si de una mercancía se tratara, regatearon antes de acordar un precio de venta y cerraron el trato mientras él sufría internamente, soportando la indignación de lo que estaba haciendo y avergonzándose del papel que había asumido con tal de sacarla de aquella vida. El chulo palmeó de nuevo sus nalgas y la llamó puta mala, mientras le ordenaba recoger sus cosas y tras un apretón de manos, se la entregó junto con sus documentos, que según estaba establecido la esclavizarían a él a partir de ese momento diciendo "Este dinero me servira para cambiar el coche, que te aproveche"

Salieron a la noche estrellada y respiraron aliviados. Él esperó que no mirara nadie para entregarle el pasaporte antes de subir al coche. Ella, de pie con la maletita de todos sus viajes y sus tristezas, lo miró agradecida, antes de que él le preguntara si quería que la llevara a algún sitio. Ella lo miró en silencio y sólo respondió "Llevame contigo" mientras en la radio Noa cantaba "La vida es bella". Apresuradamente subió al coche y se perdieron por la carretera sin mirar atrás.

EL COLIBRÍ

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