Porque su nombre
cabe en el desconsuelo del hombre que está solo.
L. CERNUDA
En el altar de mi silencio
te invoco, Dios, con la modestia de quien sabe
que nombra un simulacro.
Para mi pensamiento eres
la fina piel que cubre (con que cubro)
mi frágil soledad, mi enorme desamparo.
Yo sé que lo primero,
y último, es el miedo, mi miedo.
Y cómo necesita mi corazón un doble
bueno, capaz de perdonarme
lo que no me perdono. Lleno
tu nombre de todo lo que no soy,
lo que no seré nunca.
(...Amor, no sé si existes. Tuyo, te amo).
Oh, Dios mío, desconocido
¿interlocutor? ¿oyente? cotidiano, acoge
esta ofrenda de sombras y de espejos
de un animal confuso, sentimental y débil,
que no te pide (sólo) felicidad eterna, sino
un báculo a diario que soporte
el peso de su azar y su destino.
ANA SOFIA PEREZ BUSTAMANTE
Me encanta este poema. Buenísimo. Saludos hasta la bella Cádiz.
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