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jueves, 8 de mayo de 2008

SEMÁFORO ROJO



La otra noche, mientras estaba parado en un semáforo, vi abandonar un taxi a una mujer más o menos de mi edad. Iba cargada con una maleta, que al intentar sacarla cuando ya estaba de pié en la calzada, se atascó con la puerta y la obligó a sentarse de nuevo para tomar mejor la medida de la salida. Es difícil expresar la cara que se le puso ante ese nimio percance. Una cara que hablaba de cansancio, de renuncia, de fatalidad, como si la vida también la diera con eso. Una cara que me recordaba los personajes de los cuadros de Edward Hopper. Entonces fue cuando la reconocí ¿Qué haría? ¿14, 15 años que no la veía? Los expresivos, grandes y tristes ojos eran los mismos, no así el resto del cuerpo que había ganado peso y el cabello perdido exuberancia.

Aunque mi aspecto tampoco ha mejorado con los años, creo que me recordó de inmediato. Tentado estuve de bajar y saludarla, saber de ella, que supiera de mí, que supiera que entendí, que supiera que perdoné, y al fin, ratificar que me perdonó. Pero su mirada me hace caer en la cuenta que 15 años son pocos, que mejor dejar pasar otros 15.

Giré al frente la vista y a los 2 interminables segundos el semáforo cambió a verde azulado, mientras mi mano derecha buscaba el número del CD donde está The Ghetto de George Benson, a ver si su ritmo acallaba mis pensamientos. No lo consiguió, pero no por culpa del negro, claro. La sorpresa, aunque sabida que algún día inevitable, no lo fue menos.

Reflexiono que, aunque escasas, he tenido unas cuantas relaciones estables, todas distintas, como distintas son la manera en que en cada familia se pliegan los calcetines. No se ría el lector que la cosa tiene más tela de la que parece, y si no pregunte a cualquier señora de su casa por qué lo hace de esa forma y no de otra y prepárese para recibir una sesuda disertación sobre el tema.

El caso es que en todas esas relaciones siempre se ha hallado algo que se quisiera conservar más allá de la propia relación. Estoy hablando de por ejemplo querer escuchar música con esa persona, con otra ir a una exposición o con otra probar comidas nuevas en restaurantes exóticos y así.

Mas ello es imposible, parece como si una fuerza telúrica nos obligara a privarnos de algo que seguro es enriquecedor y placentero para ambos, como si el tiempo pasado anteriormente en común fuera del todo perdido además de doloroso su recuerdo, como si se estuviera obligado a odiar a la otra persona. En definitiva, como si la otra persona estuviese muerta.

E ir en contra de ello es tropezar constantemente, enviar mensajes que nunca se responden, miradas que se apartan, y reabrir por unos instantes heridas que hace tiempo deberían estar curadas sin haber dejado rastro. O mis plaquetas me funcionan mejor que a la mayoría o no soy de este planeta. O yo qué sé.

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