Encontramos la alegría de ser y vivir en un momento en que aprendemos a apreciar
y disfrutar . . . no sólo lo que la Vida nos ofrece, sino también en lo que
nosotros podemos brindarle.
Tanto en la naturaleza con:
las caricias benevolentes del sol,
las formas caprichosas de los acantilados;
el sonido estrepitoso del mar,
los matices verdes de la pradera,
la nieve luminosa en las montañas,
el ritmo cadencioso del río,
las figuras mutantes de las nubes,
las gotas cristalinas en el verano,
la tranquilidad del lago al amanecer,
el saludo perenne de las estrellas,
el silencio acompasado de la noche,
las fauces hambrientas del tigre,
la búsqueda incansable de la gaviota,
el regreso acertado de la golondrina,
Así como en los demás con:
las palabras cándidas de la madre,
la reprimenda formativa del padre,
la complicidad secreta de los abuelos,
el humor vivaz del hermano,
las observaciones críticas del amigo,
el abrazo fusionante del amante,
la risa espontánea del niño,
la partida inesperada de quien se ama,
la rebelión desafiante del adolescente,
la cordura estable del adulto,
la mirada serena del anciano,
las pinceladas emotivas de una acuarela,
el verso hiriente de un poema,
el éxtasis fugaz de una sinfonía,
Y en nosotros mismos con:
la satisfacción plena de dar,
la convicción suprema de no poseer,
la experiencia gratificante de compartir,
la disolución paulatina del miedo,
el goce incomparable de la soledad,
el encuentro maravilloso con uno mismo,
el apego entusiasta a los ideales,
el deseo absoluto de aprender,
la recompensa sutil de la fe,
la búsqueda constante de la verdad,
la lucha infinita por trascender,
la reconciliación auténtica con el mundo,
la comunión eterna con el Universo y
la armonía triunfal del Ser.
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