Si algo he aprendido en esta vida es que nada se nos da de balde, todo lo bueno tiene un precio, y cuanto mejor más alto es el precio a pagar. Hay quien dice que el amor no tiene precio, ¡craso error!, el amor se paga y se paga con las monedas del alma, la ansiedad, el dolor los celos, la desconfianza, y cuanto mas intenso es ese amor mas caro nos cobra a veces el peaje de la felicidad. ¿Quién no ha sentido clavársele en el pecho la ausencia de la persona amada?, ¿Quién no ha llorado con lagrimas de fuego el daño causado a quien mas se quiere, por una palabra inoportuna o por un malentendido?. ¿Quién no ha sentido las ratas de los celos y la desconfianza roerle las entrañas?.
El amor es un preciado tesoro que debemos defender a capa y espada o con uñas y dientes cuando es necesario, a veces incluso lo hemos de defender de nosotros mismos, de nuestra mala sangre, de nuestros temores, de nuestros recelos. Hay hierbajos infectos que arraigan en el amor como una mala hiedra hasta estrangularlo y dejarlo seco y exánime en un rincón del camino, y esos hierbajos han arraigado en nuestro corazón empujados por el viento de la duda y los miedos negros.
Cuando esto sucede, debemos regarlo con nuestras lágrimas, curar sus heridas con el bálsamo de la ternura, acunarlo en nuestro pecho hasta que recupere el aliento, a veces en silencio, a veces entonado el sortilegio de nuestras palabras. Lo que jamás debemos hacer es dejar pasar el tiempo “que todo lo cura”, el tiempo solo entierra a los muertos, pero las heridas sanan con manos amorosas podando los esquejes marchitos para que los nuevos brotes surjan frescos y lozanos, solo así conseguiremos que el árbol crezca fuerte y valiente, desafiando heladas y tormentas y que nos proteja del sol abrasador y de la gélida ventisca.
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