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lunes, 7 de abril de 2008

A LA SOMBRA DEL TÓPICO

No se sabe por qué extraño mecanismo mental, Ortega identificaba las ideas con las erecciones y se quedaba tan ancho, el tío. "Una idea es como una erección –decía- y yo todavía tengo erecciones". De las ocurrencias, en cambio, el gran filósofo español no dijo gran cosa.

¿A qué podríamos comparar una ocurrencia si seguimos el ejemplo fisiológico del insigne pensador español? ¿A un picor, a un salpullido, a una quemazón? No, quizá un estornudo sería lo más aproximado al fulgurante brillo de la inteligencia que es una –buena- ocurrencia. Sí, por lo imprevisto, rápido y llamativo del asunto, y también por sus escasas consecuencias. Como un petardo de esos que estallan en San Juan, sin dejar rastro. Aunque podríamos dignificar esa ocurrencia hasta llegar a compararla con unos fuegos artificiales, de esos que brillan en el cielo por un rato para dejar luego como mucho un bello recuerdo tras de sí. Recuerdo que luego desaparece sin dejar rastro o, a lo más, dejando un desagradable olor a quemado.

Y tras las ideas y las ocurrencias vendría el tópico, ese lugar común en donde no crecen ni ideas ni ocurrencias. Un terreno yermo, baldío y, sin embargo, a pesar de todo, muy concurrido. Muy concurrido. Como una playa. Y es que a la sombra del tópico se está bien, ahí tirados, al sol de las ideas de los demás, incluso quemados por sus ocurrencias. En el cine, como en todo, se dan muchos tópicos repetidos.

Lugares comunes donde uno se instala sin darse cuenta, mayormente por no pensar. De hecho hay dos a los que llevo un rato dándoles vueltas. Seguro que los conocen. El primero es ese que insiste en que las películas son demasiado largas. Lo he oído últimamente repetido por activa y por pasiva. Como un mantra, como una canción Hare Krishna, como ese papel enganchoso del que no hay manera de deshacerse, hagas lo que hagas. Como una garrapata en el cerebro: las películas son demasiado largas.

Pues no, las películas no son largas o cortas. Son buenas o malas. Y toda película buena es demasiado corta. Y cualquier película mala es siempre excesivamente larga. Aunque dure los noventa minutos preceptivos. Otra cosa es que en ese momento tengamos el tiempo que se merece la película en cuestión, pero ese es otro asunto, más propio del reloj que de tópico.

Luego hay otra, digamos, idea repetida hasta el empacho, convertida ya en un tópico. La utiliza todo aquel que quiere descalificar una película, por aburrida, y para ello cita unas palabras de Gene Hackman en "La noche se mueve", de Arthur Penn, si no me equivoco. Es un comentario referido al cine de Rohmer en las que el personaje de Hackman en el filme de Penn asegura que ver una película suya, de Rohmer, es como ver crecer la hierba. Y desde entonces tal frase se aplica, por extensión, a todo el cine europeo. Para descalificarlo.

Ver crecer la hierba ¿es aburrido? No para mí. No siempre, al menos. Y menos todavía desde que alguien me refirió unas palabras de George Elliot en las que el poeta habla del elocuente silencio de la hierba al crecer. Asegura Elliot en algún poema suyo que una visión completa y profunda de cualquier vida humana sería como oír la hierba crecer, y que moriríamos abrumados por ese rugido que mora al otro lado del silencio. Por la callada intensidad de la vida y el sordo estruendo que siempre lo acompaña. Aunque sea sin palabras.

En fin, volviendo a Ortega ¿que sería para él el tópico? Quizá una enfermedad disfuncional, una especie de flacidez del espíritu que sólo se arreglaría con un poco de viagra intelectual.

Salvador Llopart

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