El primer estudio sobre las ECM fue realizado hace un siglo por el geólogo y alpinista suizo Albert Heim. Su interés en estas experiencias se inició tras varios accidentes sufridos en los Alpes. Durante varias décadas recopiló un centenar de relatos de montañistas accidentados y de otras personas que habían sobrevivido a caídas diversas, heridas de bala y otros accidentes. Llegó a la conclusión de que estas ECM eran extraordinariamente similares en el 95 por ciento de los casos, independientemente de las circunstancias que rodeaban a cada uno.
Durante tales vivencias, la actividad mental resultaba ampliada, acelerada e intensificada enormemente. La percepción de los acontecimientos y la anticipación del desenlace eran inusualmente claras y objetivas. No sentían dolor, miedo, ansiedad ni desesperanza, sino un sentimiento de seguridad, calma y aceptación profunda. La duración subjetiva del tiempo se expandía enormemente, y los individuos actuaban con la celeridad del relámpago. En muchos casos tenía lugar una rápida revisión de toda su vida pasada. La experiencia culminaba con una paz trascendental, con visiones de belleza sobrenatural y con un sonido de música celestial.
Heim estimaba que la aceleración mental "nace como respuesta a un grado extremo de sorpresa, mientras que, en respuesta a un grado inferior, muchas personas se sienten paralizadas", considerando insatisfactorio que tales actos representen simplemente actos reflejos.
Recordaba que, durante su propia caída por un glaciar, una parte de él tomaba medidas para intentar frenar su deslizamiento y reflexionaba sobre las condiciones de su caída inevitable; mientras tanto, revisaba todo su pasado y pensaba en su familia, concluyendo que durante aquellos escasos segundos "las observaciones objetivas, los pensamientos y los sentimientos subjetivos eran simultáneos".
A comienzos de siglo se realizaron tres estudios sistemáticos sobre relatos de agonizantes y entrevistas con médicos y enfermeras que los atendían. El psicólogo James Hyslop descubrió hacia 1907 que los enfermos terminales experimentaban, uno o dos días antes de morir, apariciones de parientes o amigos, generalmente fallecidos, que intentaban hacerles comprender que aún no había llegado el momento de su muerte, o bien aparecían como sus guías hacia el más allá. A idéntica conclusión llegó en 1923 Ernesto Bozzano, padre de la parapsicología italiana. En los años veinte, Sir William Barrett, médico y pionero de la investigación paranormal, recogió una serie de visiones descritas por agonizantes y descubrió que éstas se producían frecuentemente mientras la mente del individuo daba muestras de claridad y racionalidad; por lo tanto, no podían atribuirse a alucinaciones. A veces, el moribundo tenía la impresión de abandonar su cuerpo, al tiempo que su aparición era percibida por sus familiares. Advirtió que, a veces, las visiones no se ajustaban al estereotipo cultural o a ideas preconcebidas de los pacientes, y encontró casos de niños asombrados de ver ángeles sin alas y otro al que se le aparecía un familiar que aseguraba al agonizante que estaba muerto, en tanto sus parientes le habían ocultado este fallecimiento.
Ni el estado febril ni los medicamentos ejercen influencia en las visiones
En 1959, el psicólogo Karlis Osis realizó el primer estudio científico sobre estas visiones. Mediante una nueva metodología y un análisis estadístico de los resultados, estudió las observaciones de médicos y enfermeras que trabajan con agonizantes. Tras estudiar la influencia de los medicamentos suministrados al enfermo en la frecuencia de las visiones que experimentaba, concluyó que los factores medicamentosos y los estados febriles no provocan un aumento en la frecuencia de dichas visiones, e incluso llegan, en algunos casos, a suprimirlas. En cuanto a los factores personales y sociológicos del moribundo – sexo, edad, estatus socioeconómico y creencias religiosas –, parecen tener escasa influencia en sus experiencias, conclusión idéntica a la que llegarán la mayoría de los investigadores posteriores.
Osis comprobó que tanto las visiones de pacientes terminales como las de la población normal tienen un predominio visual, en tanto que las propias de trastornos psiquiátricos son sobre todo auditivas. Además, las ECM comportan de dos a tres veces más visiones de personas fallecidas – el 90 por ciento de las cuales eran de parientes próximos – que las apariciones percibidas por la población general.
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