LA ENVIDIA, O COMO SER VICTIMA Y VERDUGO I
Texto de José Antonio Marina
Los tratadistas clásicos decían que la envidia es un sentimiento sesgado, que pervierte el juicio. Al menos, tenemos que admitir que es complejo. Me asombra la perfección con que el lenguaje analiza los sentimientos. Cualquier diccionario, de cualquier lengua, nos permite dibujar una cartografía sentimental más exacta que la proporcionada por los libros de psicología.
Las venturas y desventuras ajenas provocan en el espectador diferentes respuestas afectivas. Comenzaré con las desventuras. La compasión es el sentimiento que me hace partícipe del dolor ajeno. La insensibilidad, por el contrario, me aleja de él. Queda una última posibilidad: que el dolor ajeno me produzca alegría. En castellano este sentimiento no está lexicalizado, pero sí lo está en otras lenguas, por ejemplo en alemán –schadenfreude– o en inglés–gloating–, palabras que significan alegría por el mal ajeno no merecido.
Las respuestas a la alegría de los demás siguen un esquema parecido. La congratulación me permite sintonizar con ella. La indiferencia, no sentirme afectado. Y la envidia hace que me entristezca la dicha contemplada. Luis Vives, que llevó a cabo una interesante herborización de los sentimientos, escribe: “La envidia es una especie de encogimiento del espíritu a causa del bien ajeno, en este encogimiento existe una eterna laceración de dolor, por lo que la envidia es parte de la tristeza”. Es fácil percibir lo enrevesado del sentimiento. No consiste en desear lo que otro tiene, ni en estar triste por carecer de ello. Es fácil comprender que quien tiene sed desee la cerveza que ve beber a otro. Pero la envidia es otra cosa. Es un movimiento contra esa persona, por el hecho de que esté disfrutando. No se envidia, pues, lo que el envidiado posee, sino la imagen que proyecta como poseedor de ese bien.
El deseo se dirige al objeto; la envidia, al poseedor, por eso se parece tanto al odio. El envidioso prefiere que el bien se destruya, antes de que lo posea el otro. Recuerden la historia de las dos mujeres que se presentaron ante el rey Salomón afirmando ser madres de un mismo niño. Una de ellas estaba dispuesta a que lo partieran en dos con tal de que no se lo llevara su rival. Era una envidiosa.
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