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lunes, 17 de marzo de 2008

LA ENVIDIA III PARTE

La palabra de Unamuno.

Abel Sánchez se titula la novela que don Miguel de Unamuno escribió sobre la envidia. El
protagonista, Joaquín de Montenegro, es un hombre arrebatado por ese sentimiento, que no le permite vivir. Sin embargo, no piensa que sea envidia lo que siente. Piensa que percibe objetivamente la malignidad de sus envidiados. Vive en su sentimiento, absorto en él, identificado con él, sin capacidad para dar un paso atrás y observarse. Cree que percibe cuando en realidad está interpretando. Al recordar la boda de su enemigo, su comentario es: “Ellos se casan por rebajarme, por humillarme, por denigrarme; ellos se casaron para burlarse de mí; ellos se casaron contra mí”. Unamuno escribió esta obra, según explica, angustiado por la experiencia de la vida española, que consideraba infectada por un virus cainita. Leo en el prólogo: “Salvador de Madariaga, comparando ingleses, franceses y españoles, dice que en el reparto de los vicios capitales que todos padecemos, al inglés le tocó más hipocresía que a los otros dos, al francés más avaricia y al español más envidia. Y esta terrible envidia ha sido el fermento de la vida social española. “La envidia nació en Cataluña –me decía una vez Cambó en la plaza Mayor de Salamanca–. ¿Por qué no es España? He sentido cómo la vieja envidia tradicional
–y tradicionalista– española, la castiza, la que agrió las gracias de Quevedo y las de Larra, ha llegado a constituir una especie de partidillo político.”
Los celos son otra cosa
Son dos sentimientos que con frecuencia se confunden, aunque son distintos. Lo que siente un niño por su nuevo hermanito ¿son celos o envidia? Los celos tienen dos características esenciales. Se sienten celos por un bien que se ha tenido y que se teme perder, mientras que se puede envidiar algo que nunca se ha tenido. En segundo lugar, los celos siempre tienen una estructura triangular: el celoso, la persona de la que se tienen celos y, normalmente, el rival. Otelo siente celos de Desdémona, no de su rival. Hacia su rival sentirá odio o en todo caso envidia, por ser el preferido.
En la envidia no tiene por qué darse esa estructura triangular. Se puede envidiar a una persona sola, con independencia de lo que haga, por el hecho de existir, de triunfar. El caso del niño celoso se presta a equívocos porque se da, en efecto, un triángulo, a saber, el que forma con su hermanito y con sus padres. Pero lo correcto sería decir que el niño siente envidia de su hermanito, y celos de sus padres, de cuyo amor desconfía. El hermano le ha destronado, le priva de lo que cree merecer.
Hay una diferencia más. Según los psiquiatras, los celos pueden derivar en alucinaciones, en ver como reales cosas que no lo son, lo que supone una enfermedad seria. Esto no le sucede al envidioso que, volvemos a los clásicos, se limita a andar “consumido, con aspecto torvo, y semblante amarillo”. Como dijo Quevedo, “la envidia está amarilla y flaca, porque muerde y no come”.

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