Puedo llevarte en el cuenco de mi mano,
Mano-abrigo, mano-nido que recoge
tu ritmo ya cansado.
Y cuento tus latidos padre-pequeño ahora
Como yo fui pequeña y también anhelaba caber
en el puño de tu mano.
Te llamo y no puedo desligar tu memoria
del árbol, de la rama, del fuego,
de mi primer vocablo, de la bruja y el hada.
Tu estatura entonces copaba entera
La puerta de mi alcoba y de mi alma.
Pero cuando ya estás cansado
y se encogen tus carnes y tus nervios,
pero crece tu corazón, casi no necesito hablarte
sino sentirte, si, simplemente sentirte
para llegar allí donde nace tu anhelo,
donde teje Penélope el recuerdo.
Porque tú y yo estamos hechos de memorias
y los dos estuvimos unidos al mismo cálido cordón
umbilical de mi madre.
Y somos guardadores de sueños,
constantes vigías del pasado,
somos los centinelas de otros días,
los recogedores de ecos,
los cazadores de nostalgias.
Todo lo que tenemos nació en la misma casa
al calor de las mismas frazadas
sobre la misma mesa
donde tú con tu mano de padre
nos diste a todos el vino, el pan
y el agua clara.
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