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lunes, 14 de enero de 2008

DIALOGOS DEL FORO SOBRE LA FIDELIDAD

¿Qué es ser infiel? ¿Hay que decirlo?

Se trata de un tema que más temprano que tarde toda pareja suele plantearse. ¿hay que exigir fidelidad al otro o libertad de acción? Y si eres infiel ¿debes decirlo u ocultarlo?

Cuando se forman las parejas libremente consentidas suele llegarse a un acuerdo tácito de fidelidad. En tal acuerdo no se exige lealtad al otro, sino que se pacta que ambos admiten mantenerse fieles el uno al otro. Suele ser un camino con dos vías; nunca una exigencia que se impone a la otra persona. Con frecuencia, tal acuerdo no es tácito, sino que se verbaliza expresamente, dándole más fuerza.

Otras parejas, sin embargo, acuerdan mantener una relación más flexible en la que se admite la posibilidad de que ocasionalmente aparezcan terceras personas. Tal acuerdo suele llevar la cláusula de que lo esencial es mantener sin rupturas la pareja y lo accesorio las aventuras pasajeras.
La experiencia enseña que la mayoría de las parejas, incluso entre las que aceptan relaciones fugaces con terceras personas, una relación de la pareja con alguien ajeno, duele, genera en ocasiones deseos de revancha, más o menos camufladas, y, en los casos extremos, se reacciona de una forma imprevista cuando se llegó al acuerdo de relaciones flexibles (con violencia alguien aparentemente indiferente al hecho, o con calma y tolerancia alguien que previamente creía que no lo soportaría). No se trata tanto de una reacción relacionada con la violación de la propiedad, como sucede en algunos casos, sino con mayor frecuencia de la pérdida de confianza en lo que cada cual cree significar para el otro.



Las claves de la infidelidad
Pero, qué es una infidelidad. Obviamente lo esencial de la definición es que uno de los miembros de la pareja (o los dos) mantengan de forma regular una relación afectiva y sexual con otra persona sin que el otro lo sepa, en una pareja que previamente había pactado con el otro que no se harían ese tipo de cosas. Dejar de hacerlo y decirlo rompe con la situación, pero no con la definición de infidelidad de la acción deshonesta ya perpetrada.

En tal situación, decirlo o ser descubierto por el otro tiene los dos mismos posibles efectos: el perdón o la ruptura. Decirlo no tiene por qué mermar la intensidad de la reacción del otro, como suele creer quien “confiesa”; porque el daño ya está hecho. En cualquier caso, el poso final para el futuro que queda en la persona engañada siempre será el mismo: la desconfianza; alguien que rompe un pacto una vez, puede hacerlo otra.

¿Es lo mismo ese engaño reiterado que una relación básicamente sexual, producida accidentalmente, en circunstancias especiales, que no vuelve a repetirse, y se da en el contexto de una persona que no es dada a tales “errores” o “tropiezos” ni tiene ni ha tenido intenciones de repetirlo? La verdad es que no. Tal “caída” no puede definirse como infidelidad porque no hay repetición, ni hubo voluntad de engañar. Sin embargo, a las personas que se encuentran en esa situación siempre se les plantea una duda. Aunque no quisieran hacerlo y se dejaron llevar por el momento, sus impulsos, o lo que fuera ¿deben decirlo? No hacerlo implica voluntad de engaño, uno de los pilares básicos de la definición de infidelidad. ¿Se debe ser honesto y comunicar el desliz, o dejarlo donde está: enterrado en el inmediato pasado?


Secretos y mentiras
Conviene no olvidar dos cosas: 1ª) que el descubrimiento de que el otro ha mantenido una relación, aunque haya sido esporádica, puede ocasionar, como poco, dolor y desconfianza; 2ª) que en cualquier caso, el daño ya está hecho. En tales circunstancias, decirlo va a ocasionar más daños que beneficios, por lo que lo más sensato es callar y enterrar en el lejano pasado aquel accidente.

Con frecuencia, quien ha “sufrido” este tipo de accidente se ve impelido a “confesarlo” necesariamente. Pero no se engañe: lo hace movido no por fidelidad y compasión hacia su pareja, sino movido por sus propios sentimientos décupla. Decirlo en este caso, va más destinado a calmar la propia herida que la del otro. Se pretende más acallar a la propia conciencia que a evitar daños al otro. En tal caso, más vale asumir el error y cargar con él (pues es quien lo ha cometido) que arrojarlo contra el otro para ocasionarle un sufrimiento innecesario.

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