La primera vez que visité San Juan, lo primero que me llamó la atención, fue un árbol, alto, solitario, como un centinela que velara por la tranquilidad del pueblo, se elevaba en lo alto de un cerro, recio pero a la vez grácil, desde entonces, cada vez que vuelvo, en cuanto me divisa desde la bajada de Las Fuentes, parece darme la bienvenida con un suave cimbreo de su copa. ¿será un árbol macho, o a caso será una hembra?, quizás alguno de vosotros lo ignoréis, pero hay árboles varones, y árboles hembras, (Shemirramis. no me taches de machista, me encanta la palabra hembra, tiene la fuerza de la vida, y el olor de la primavera), hay cientos de historias que nos cuentan la vida de parejas de árboles que crecen juntos, uno grande y robusto, otro menudo y grácil, durante décadas o incluso siglos, fecundan sus flores únicamente el uno con el polen del otro, y sus semillas se esparcen por toda la comarca, arrastradas por el viento, las aves o las aguas, cuando uno muere, el otro se marchita rápidamente y le sigue al paraíso de los árboles .... Pero nuestro Olmo esta solo, no tiene quien le acompañe en las largas noches de invierno, y sus semillas se han ido perdiendo durante décadas sin que un cáliz amoroso les diera cobijo, ¿Quien puede contarme su historia?, ¿alguien conoce su nombre?, me gustaría saber quien lo plantó, cuantos años tiene, si nació solo, o es el superviviente de un bosquecillo ya extinto, sea como fuere, hermanos de Grajos,, ir de vez en cuando a hacerle compañía, seguro que tiene miles de historias que contarnos, y tal vez así no se sienta tan solo, pero sobre todo, cuidarlo, mimarlo para que nos siga guardando, porque el día que ese olmo se borre del paisaje, el pueblo, no volverá a ser el mismo
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