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jueves, 22 de noviembre de 2007

El IMPERIO DEL CAOS


Aunque este articulo tiene ya unos meses desde su publicación en El Periódico de Cataluña tras el caos de cercanías en Barcelona, adquiere una nueva vigencia, de hecho, no la ha perdido nunca.

JOAN BARRIL

Las noticias de nuestro verano se han cebado en un sistemático fallo de los sistemas de civilización. El grado de civilización se mide por los servicios que se dan y por las expectativas que esos servicios generan en los ciudadanos. En ciertos lugares del altiplano andino el acto de encender una luz eléctrica mediante un interruptor es algo parecido a un milagro. Para muchos habitantes de este planeta el mar es un concepto desconocido y la playa es solo la frontera de la tierra. Pero para el primer mundo la electricidad es la continuación de la sangre de las venas, y el transporte rápido y barato forma parte de nuestra vida. De pequeño iba con mis padres en tranvía a la playa de Badalona, pero hoy son millones de compatriotas los que consideran que su playa habitual está en Cancún.
Y de pronto nos quedamos sin luz, el sistema informático cae y los aviones tardan un día en despegar. Es entonces cuando esa gente del primer mundo considera que ha llegado el momento de la rebelión. En menos de un siglo Europa ha pasado de manifestarse por las ocho horas de trabajo a protestar por una negligencia aeronáutica, eléctrica o ferroviaria. Parece que los tiempos han cambiado, pero algo hay en común en esas protestas: siempre está ahí la Guardia Civil o la fuerza pública para mantener el orden. ¿Y qué es el orden hoy, en este mundo mimado que en 30 años ha pasado del subdesarrollo a una falsa opulencia masiva? Pues el orden hoy es que las cosas funcionen. El orden es que la gente pague su justo precio por algo que se les da. ¿Quiénes son los responsables del desorden en estos días de verano? Cuando un avión deja a sus pasajeros encerrados en la cabina sin aire condicionado, cuando una empresa como Balearia decide eliminar unilateralmente el servicio rápido entre Palma y Barcelona, cuando las autopistas continúan cobrando al automovilista preso, cuando los congeladores se descongelan por falta de electricidad, ¿quién está creando el desorden? Y en cambio, la fuerza pública continúa creyendo que el causante del desorden es el ciudadano que se salta el peaje, que se sienta al pie del avión o que interrumpe las vías.
Goethe continúa inspirando la política democrática. Y los gobernantes hacen suya la sentencia del gran pensador conservador alemán cuando decía: "prefiero la injusticia al desorden". Pues eso es lo que sucede: que la ciudadanía está siendo tratada de forma injusta por los oligopolios privados, a los que se ha regalado la renta del servicio colectivo.
El día en que la gente vea cómo la fuerza pública defiende realmente los intereses del público y detiene a los ávidos responsables de ciertas empresas privadas por estafa o por abuso de posición dominante en el mercado de servicios, entonces habrá motivos para llamar al orden a la gente. Pero hoy se percibe un excesivo desequilibrio entre la actuación contundente contra las víctimas de las negligencias y la complacencia con la que se asiste a los desmanes de ciertas empresas. Parafraseando a Churchill, podríamos afirmar que nunca tan pocos causaron tantos perjuicios a tantos.

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